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Translational Psychiatry (2017), 7 |
Cuando se dio el disparo de salida
a este blog fue por lo que se veía venir ya hacía un tiempo. Pues bien, AQUELLO
no ha dejado de avanzar e irse posicionándose. Lo que salía de las
universidades y los laboratorios de informática e ingenierías varias hacía
años, ahora, después de la crisis que todo lo ha remodelado para hacerlo más
eficiente, ha llegado con fuerza a las consultas médicas para quedarse. En las
disciplinas psi en particular. Donde
se hacía psicoterapia y se dialogaba en pro de un mayor y mejor
autoconocimiento, ahora se prescribirán métodos de monitorización y seguimiento
a distancia. Es curioso ver a tanto psicólogo y psiquiatra cavando su propia
tumba laboral. Y más curioso es leer de manos de periodistas la defensa de la
subjetividad y la especificidad humana como capacidad para mantener el puesto
laboral frente a las máquinas (aquí se puede leer). Benditos tiempos los que vivimos...
Decíamos que en el ámbito psi,
existe una gran gama de estudios, bastantes de ellos financiados por el
National Institute of Mental Health (NIMH), que pretenden extender la utilidad
del GPS de los smartphones al control de la salud mental de aquellas
personas diagnosticadas. Aclaramos que el NIMH es una institución yanki
encargada de promover la versión más biologicista de las clasificaciones
psiquiátricas, con los presupuestos filosóficos del materialismo eliminativista
(“la
mente es el cerebro”), el Research Domain Criteria (RDoC). He aquí
donde la tecnociencia se materializa.
En la sinergia entre la deshumanización por la ciencia más biológicamente
reduccionista (se trata a la persona desde la perspectiva molecular) y las
nuevas tecnologías capaces de aportar modernas estrategias de manejo de lo
humano una vez deshumanizado.
Uno de tantos productos
tecnológicos al uso es el dispositivo de geolocalización que incluyen los
smartphones. Permite seguir la situación geográfica y evaluar la actividad y
los ritmos sueño-vigilia de pacientes diagnosticados, por el momento de
depresión o trastorno bipolar (1, 2, 3). Se trata de predecir en función de sus
movimientos cuándo están iniciando una crisis. La idea es la de prevenir
episodios críticos sin contar con la participación activa de la persona. Porque
se ha evidenciado que el requerimiento de una actividad por parte del sujeto
para la introducción de datos lo único que facilita es que acabe dejando de
hacerlo. Por tanto, lo tratamos como cosa, le extraemos todos los datos
posibles de forma pasiva e inocua para éste y voilà, ya tenemos listos
un montón de datos objetivos que correlacionar con su experiencia y su vida. Y
concluir de ahí un montón de aseveraciones sobre la REALIDAD (esa de la que
hablaba Agustín García Calvo) en base a probabilidades que deben ser
transitadas para ser hechos y convertirse realmente en realidad.
Pero hay otros muchos cachivaches
tecnológicos preparados para facilitar nuestra monitorización. De nuestra
fisiología por sensores, de nuestra comunicación social por SMS o frecuencia y
duración de llamadas y muchos otros más que se irán desarrollando apoyados en
eso que se da en llamar el “fenotipo digital”.
En resumen, se trata de obtener un gran rédito económico y político por medio
de nuevos productos tecnológicos que a la vez que se ofertan para el mejor
control de nuestra salud hacen las tareas policiales. Aquí, medicina y policía
se vuelven a dar la mano como en el Foucault de los 80.
En este lugar, poco nos importa si
estos métodos resultan en un objetivo como el de que los expertos psi
sean capaces de pronosticar un inicio de síntomas depresivos o maníacos.
Tampoco del qué sean esos llamados síntomas depresivos y maniacos. Más nos
interesa el trato de las personas diagnosticadas como inconscientes de sus
propios sentimientos y absolutamente extrañados de sí mismos. Hasta tal punto,
que requieren de un control de geolocalización que facilite la detección de una
posible crisis por venir. Una desconexión y pérdida de familiaridad con lo que
uno siente, piensa, intuye, y vive en definitiva, que estas tecnologías no
hacen sino acrecentar. Byung-Chul Han lo ha expuesto de manera concisa y
directa en su libro 'Psicopolítica'. La descomposición del yo en datos y
la creencia en la mensurabilidad y cuantificación de la vida como telón de
fondo da origen a lo que denomina el 'quantified self'. Este dataísmo, a
la par que registra totalmente la vida, la vacía de sentido. La acumulación de
datos y medidas sobre la vida no la definen. Las correlaciones y el
conocimiento meramente aditivo no generan sentido per se. Más bien crean
un desconocimiento absoluto que se manifiesta en la ausencia de sentido, de
concepto, de narración, de integración comprensiva. Así, llegamos a una
diferencia muy reveladora que señala este filósofo. La distinción entre el cuidado-de-sí
foucaultiano y la relación ética que establece uno consigo mismo, y por otro
lado, el self-tracking que realiza el dataísmo contemporáneo, donde más
que una práctica de libertad que permita la búsqueda de la verdad y la
posibilidad de nuevas formas de vida se trata de un vaciamiento de verdad y
ética para convertirse en autovigilancia. Autovigilancia que remite a un
mantenimiento estadístico de la norma fijada por los bancos de datos que por su
gigantesca capacidad de representación de la realidad forjan una hiriente
coacción hacia la conformidad. Pero, y para no caer en derrotismos, no
olvidemos que esa maquinaria es ciega al acontecimiento y, por tanto, a lo
improbable y singular que puede abrir posibilidades no contempladas... “El Big Data es ciego ante el futuro”.
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