Compartimos aquí la conversación de Cazarabet con Miguel Amorós sobre la persona y la obra de Jaime Semprún a cuenta de la presentación del libro
El abismo se repuebla. Las palabras de Jaime siempre fueron afiladas y acompasadas al tiempo que le tocó vivir. Y eso se ve en cada proyecto que tiró adelante y lo que nos suscita aún a día de hoy.
Cazarabet
conversa con Miguel Amorós sobre este libro de Jaime Semprún:
-Amigo en
el pensamiento de este escritor y pensador, ¿qué peso crees que supuso la
figura de su padre, Jorge Semprún…?
-Jorge Semprún fue su padre sólo en sentido biológico. En los
escasos momentos de trato, el adolescente inconformista que fue Jaime reprochó
a su progenitor haber sido estalinista, y, por consiguiente, haber contribuido
a la obra totalitaria del régimen seudocomunista
soviético. La fama de su padre como escritor y amigo de políticos le resultaba
vulgar y obscena, edificada sobre una gran mentira de la que sacó buena tajada.
Él fue exactamente lo opuesto. Cultivó la verdad sobria y discretamente. Nunca
puso en venta sus cualidades e hizo todo lo que pudo por apartarse del monstruo
de la publicidad; éste le siguió el juego, ignorándolo. Supo tan bien ocultarse
del espectáculo que encontrar hoy en los medios una foto suya resulta misión
imposible.
-Pero él, claro,
le da como varias vueltas de tuerca a los pensamientos de los que debió, de alguna
manera, beber durante años… ¿Cuál es su evolución?
-De muy temprano Jaime adquirió un sólido bagaje literario y, sobre
todo a partir de la revuelta de Mayo del 68, su formación filosófica y política
dio pasos de gigante en relativamente poco tiempo. En su biblioteca podía
realizarse un inventario completo de la revolución en todos los órdenes. Hizo
una corta incursión en el cine experimental, e incluso dirigió un par de
ensayos filmados, que mandó destruir. La crítica situacionista le influyó
bastante, pues prestó una base teórica coherente y un sentido histórico a una
rebeldía juvenil que en aquellos tiempos era general. Le dio razones y orientó
sus lecturas. El talento hizo el resto. En 1975, incitado por Debord, fue capaz
de escribir la mejor defensa internacional de la revolución portuguesa,
plasmada en un texto, La Guerra Social en Portugal, solamente echando
mano de la prensa y de los relatos de algún compañero que venía de allí. La
relación con Debord sería efímera y frustrante. Jaime no se esperaba que
alguien como él pudiera disponer de las personas como piezas del tablero de
ajedrez, pero en aquellos días Debord jugaba a estratega.
-Un hombre muy
peculiar atrevido y adelantado, diría, a su tiempo. Tú que lo conociste de tan
cerca, ¿qué nos puedes explicar?
-Más bien un hombre que marchaba al paso de la realidad, un hombre
inflexible con su tiempo, con el que no buscaba acomodarse. La lucidez le vino
de su inconformismo teórico absoluto y de una formidable capacidad de síntesis.
Se dio prisa en denunciar el pensamiento recuperador que los ideólogos del
poder fabricaban con los materiales revolucionarios en un libro no traducido al
español, Précis de récupération.
Nunca se montó un refugio mental con verdades intemporales desde donde juzgar
inapelablemente el mundo, o dicho de otro modo, nunca se plantó en una
ideología, y por lo tanto, nunca se quedó atrás, sentado en un situacionismo de
epígonos. La nostalgia no casaba con él, sobre todo en los años setenta y
primeros ochenta, cuando las posibilidades de una revolución mundial, o al
menos de un retorno de la misma que diera al traste con el viejo mundo, no se
habían agotado. Entonces todavía todos
éramos optimistas puesto que aún duraba el estado de insatisfacción
generalizada de los sesenta y la crisis del capitalismo nacional generaba
revueltas por doquier. Combatió con dureza a quienes en lugar de forjar una
crítica global de la sociedad de clases mediante la acción directa, reproducían
las mistificaciones de toda la vida dándoles un aspecto modernista. Seguramente
por eso nunca fue un autor del agrado de los militantes. Fue el último de los
revolucionarios con verdadero estilo, hecho a base de profundidad, verdad,
rigor, sensibilidad y dialéctica. Lo verdaderamente especial de Jaime es que logró
que esa grandeza de ánimo fuese compatible con una amabilidad sorprendente. Al
contrario que otros, Debord por ejemplo, Jaime era cercano y acogedor con
quienes se le aproximaban. Sus colaboradores eran también sus amigos y pasaba
la mayor parte del tiempo con ellos. No creo que nunca rompiera realmente con
ninguno. Ha sido la persona más noble, desprendida y generosa que jamás he
conocido. Y la única con carisma capaz de concertar productivamente un círculo
de individuos con personalidades fuertes y dispersas con los que llevó adelante
sus proyectos.
-Se
enfrentó al proceso de la transición española cuando escribió contigo, Manuscrito encontrado en Vitoria…en
aquel entonces lo publicasteis firmándolo como los incontrolados. Cuéntanos
cómo fue y qué supuso a vuestro alrededor, supongo que un pequeño terremoto,
¿no?
-Nos conocimos en 1975, al poco de exilarme y establecerme en Montreuil, un pueblo de la periferia de París. Nos pusimos mutuamente al día y tratamos de intervenir en el
proceso revolucionario español con un folleto, La Campaña de España de la
Revolución europea, al que debía de seguir un libro a publicar en Champ Libre. Ese libro era el Manuscrito, redactado
íntegramente por Jaime. Por malas razones, ya tratadas en el prólogo a la
edición de Pepitas, Debord impidió su publicación y decidimos entonces
publicarlo en el estado español en forma de folleto. Mi exilio se había
terminado y el Manuscrito se prestaba a servir de base para la formación de un
grupo autónomo en España. Al revés de lo que pasó en Portugal, la situación
insostenible del tardofranquismo y el empuje del movimiento obrero español eran
conocidos en todos los medios de comunicación europeos y, por consiguiente, lo
más necesario era publicar desde dentro ese máximo de verdad que el Manuscrito
mostró de forma excelente. El texto, publicado en abril de 1977, no supuso
ningún terremoto, pues las urgencias reivindicativas laborales y el
sindicalismo de cualquier color y forma
contaban entonces muchísimo más que la batalla por las ideas. El proletariado
no quiso abolir su condición bajo el régimen capitalista y, por lo tanto,
convivió perfectamente con toda clase de ideologías hasta auto negarse como clase revolucionaria. El
Manuscrito no fue completamente ignorado pero tampoco influyó en los
acontecimientos. Sin embargo, de vez en cuando va reimprimiéndose, signo de que
el interés por aquella etapa fallida de la revolución española no ha
desaparecido. Es un texto que aún no ha envejecido.
-Decía lo de
“adelantado a su tiempo” porque lo era y lo demostraba, al menos a mí me lo
parece, en aquellos días gritar contra la energía nuclear era más difícil que
hoy -aunque es igual de necesario ayer como hoy- ¿qué nos puedes decir?. Aquí hacemos un alto en el camino ya que, recordemos,
este autor escribió La Nuclearización
del mundo. Importante punto y aparte.
-La proliferación de centrales nucleares como respuesta capitalista
a la crisis energética de los setenta suscitó una oposición numerosa capaz de
concentrar multitudes mucho mayores que las que se
formaban ante el cierre continuo de empresas incapaces de competir en un
mercado mundial sin barreras aduaneras. El accidente de la central de Three Mile Island, cerca de Nueva
York, en marzo de 1979, reveló que la nuclearización de los países capitalistas
implicaba una serie de medidas de control de la población que con el pretexto
de la seguridad acabaría instaurando un Estado policial. El capital ya no sólo
se contentaba con explotar a los trabajadores e imponerles un modo de vida de
acorde con las leyes de la mercancía, sino que también podía planificar su
muerte a través del terror nuclear y sus
secuelas. La Nuclearización del Mundo apareció como panfleto anónimo en 1980,
publicado por la revista “L’Assommoir”. En él, Jaime
repudiaba la crítica moralizante mediante un recurso original, el falso alegato
a favor o la sátira disfrazada de apología, al estilo del Swift
de “Una Modesta Proposición para prevenir que los niños pobres de Irlanda sean
una carga...” La colaboración con “L’Assommoir”
posibilitó la publicación en lengua francesa del Manuscrito y la defensa de la
revolución portuguesa contra el bordiguismo apacible
de un puñado de ideólogos especializados en negar la evidencia de las
revoluciones modernas como la de Mayo del 68, la portuguesa y la española. Este
importante documento, Les syllogismes démoralisateurs, nunca fue publicado en castellano, y
en cambio, las deyecciones del ultraleninismo anticonsejista si encontraron un público sectario
minúsculo, pero persistente, por supuesto, en el espacio virtual. Tal es la
fascinación que ejerce el extremismo abstracto en la neomilitancia
impotente. El nº 4 de la revista fue consagrado a la revuelta polaca que
cerraba el ciclo proletario iniciado en 1968. El texto Consideraciones sobre
el estado actual de Polonia, fechado en enero de 1981, debido en gran parte
a la pluma de Jaime, supuso el punto final de la colaboración y en cierto modo,
impulsó un salto cualitativo en su trabajo crítico, el ocurrido con la
fundación en el año de Orwell de la revista Encyclopédie
des nuisances (Enciclopedia de la Nocividad), la
más perspicaz de las publicaciones intransigentes y la más intransigente de las
publicaciones perspicaces.
-¿Qué se entendía
por nocividad?
-Es un concepto clave en el pensamiento de Jaime y su círculo. La
palabra “nuisance” es un neologismo del francés que
se refiere a cualquier factor que moleste o perjudique a la gente común, y
entre ellos podían figurar perfectamente la contaminación, las centrales
nucleares, el trabajo asalariado, la alimentación industrial, el consumismo, el
machismo, los expertos, los dirigentes, los capitalistas, etc., y por encima de
todo, la nocividad suprema: el Estado. Con la idea de nocividad, la
Enciclopedia denunciaba la característica más común de la organización social y
el resultado principal de la producción moderna.
-Fue ecologista cuando era más difícil
destapar el pastel porque ese pastel dejaba, todavía, buenas migas para todos;
aunque no nos engañemos siempre había un sector mejor untado, los de siempre...
-Hay un malentendido con la palabra ecologista, con la que
designamos igualmente a la amplia multitud de amantes de la naturaleza y a los
activistas políticos que hacen bandera de su defensa. Jaime nunca fue
ecologista, ni jamás se refirió al ecologismo en sentido positivo. La
naturaleza no es algo distinto de la sociedad. Para defenderla con eficacia es
necesario transformar radicalmente aquella. En realidad, el movimiento
ecologista, a la hora de definirse, únicamente quería poner precio a la
destrucción ambiental y, a lo sumo, administrar la catástrofe, nunca subvertir
el marco social existente. Pero dentro de ese marco no hay solución posible a
ningún problema de la vida real, empezando por el de la degradación de la
naturaleza. En el mercado de la degradación, los ecologistas eran como los
militantes sindicales en el mercado laboral, intermediarios interesados en la
regulación de las contradicciones ocasionadas por la explotación del territorio
ellos, y por la explotación de la fuerza de trabajo los otros. Su existencia
iba ligada a la mercantilización de la naturaleza en tanto que negociadores del
grado de nocividad admisible. La lucha contra la nocividad solamente podía
triunfar como movimiento antieconómico y antiestatista,
no como partido “verde” reconciliado con la economía gracias a fórmulas de
desarrollo “sostenible”. Tal fue la conclusión de los enciclopedistas,
particularmente en su Mensaje dirigido a todos aquellos que no quieren
administrar la nocividad sino suprimirla, folleto difundido en 1990.
-Pero en la obra Semprún
lanza críticas contra esa especie de fascinación que muestran y demuestran los
hombres con el mundo de las máquinas responsables de cierto “orden social”… ¿es
así?
-Las máquinas prometen una liberación que a pesar de su falsedad
patente, continúa ejerciendo un hechizo que crece en la misma proporción en que
las condiciones subjetivas degeneran. La Enciclopedia no podía pasarlo por
alto. Partíamos de una concepción situacionista del mundo pero el genio de
Jaime introducía algunos cambios determinantes: la crítica de la idea de
progreso como herencia burguesa, la desconfianza ante la ciencia y la técnica
en tanto que herramientas de la dominación y vehículo de una superstición progresista,
la producción moderna como producción de nocividad y la lucha contra ésta como
terreno fundamental de la nueva conciencia histórica. Con ello se sentaban las
bases de la crítica anti-industrial (en la península la llamaríamos antidesarrollista), la forma más actual de la crítica
revolucionaria. En particular, la crítica razonada del papel de la tecnología
en la alienación y esclavitud modernas se inspiraría en la extensa obra de
Lewis Mumford (el de “El Mito de la máquina”) y
Jacques Ellul (el de “El Sistema Técnico”). Luego se
añadirían la crítica de la “razón instrumental” de Adorno y Horkheimer
y la imprescindible denuncia de Gunther Anders de la “obsolescencia” del género humano provocada
por el desfase entre los “adelantos” técnicos y la incapacidad social de
asimilarlos.
-No debía
recrearse ante las máquinas y sus maquinaciones. ¿Qué opinas?
-No se trata simplemente de máquinas. La ciencia y la tecnología
modernas son ante todo ideologías, además de subsistemas de la dominación con
carácter totalitario. Cuando éstos aparecen se desarrollan hasta determinar la
marcha de la sociedad por completo, y por consiguiente, hasta colonizar la
vida. Nadie puede sustraerse a su influjo, todo el mundo puede consumirlas y
padecerlas, pero nadie puede permanecer al margen de ellas, a nadie se le
permite desenchufarse. Bajo esa esclavitud la vida sufre tal grado de
simplificación que ya no puede realmente llamarse así, vida. Los individuos,
como prótesis de las máquinas, ya no viven, solamente funcionan. Dos ejemplos
de ese aspecto negativo de la tecnociencia serían la
alta velocidad y la ingeniería genética, que merecieron dos opúsculos
colectivos titulados respectivamente Relación provisional de nuestros
agravios contra el despotismo de la velocidad, de 1991, y Observaciones sobre la agricultura
genéticamente modificada y la degradación de las especies, de 1999. Ambos despertaron la cólera del
izquierdismo obrerista, furibundos partidarios del sistema tecnoindustrial
al que desearían autogestionado por sus víctimas.
-Luego en 1997
editó este libro que ahora vuelve a editar Pepitas de Calabaza El abismo se repuebla. ¿Qué reflexión
puedes hacer sobre las principales teclas del piano que nuestro Jaime Semprún
toca con notas de tinta…?
-Las Ediciones de la Enciclopedia de la Nocividad (EdN) fue en principio una ampliación del proyecto crítico
iniciado con la revista, pero el impasse del trabajo colectivo de la redacción
convirtió la editorial en la heredera de la publicación inicial. Con las
ediciones adquiere solidez la crítica anti-industrial y se supera la posición
oscilante de la revista, puente entre la crítica situacionista y el anti productivismo. El Abismo se Repuebla constituye un
hito en la pelea contra la falsa conciencia de la época. Jaime camina hacia una
crítica sistemática del horror económico, ya esbozada en dos libros anteriores,
dos partituras previas. Los Diálogos sobre la consumación de los tiempos
modernos, suscritos por Jaime, es un “detournement”
de “Diálogos de exilados” de Bertold Bretch y bajo esa apariencia reconstruye una conversación
donde se pasa revista a los múltiples aspectos del derrumbe de la conciencia
social, signo de la consumación de la modernidad burguesa: hoy en día tenemos
todo el derecho a pensar, pero hemos perdido la facultad de hacerlo. En esas
condiciones, el conocimiento inútil del desastre conduce a la resignación, por
eso la mera constatación no basta y hay que atacar a los responsables del
desaguisado. El problema de la debilidad de la conciencia en una época en que
el cambio radical de las relaciones sociales es tan necesario se manifiesta
particularmente en las protestas actuales de los asalariados, que cuando cesan
no dejan rastro. Los rasgos principales de la decadencia de la clase obrera
tradicional, incapaz de cuestionar el mundo de la mercancía, fueron expuestos
en las Observaciones sobre la parálisis de diciembre, trabajo colectivo
firmado por la Enciclopedia.
-Se preguntaba:
¿Qué mundo vamos a dejar a nuestros hijos?, pero iba más allá ¿a qué hijos
vamos a dejar el mundo?. ¿Qué quería
decir realmente?
-Quien se hacía la pregunta no era Jaime, sino el ciudadano
ecologista, aquel que no quiere ver que la barbarie surge como algo natural de
la tecnificación total del vivir a la que se ha prestado con gusto. La deshumanización
provocada por la invasión tecnológica tiene como resultado más inquietante la
formación de unos niños consumidores, sin infancia verdadera, pero
perfectamente adaptados a la simplificación de la vida llevada a cabo por las
máquinas.
-¿Hasta qué punto
el libro es un punto de inflexión en el pensamiento crítico revolucionario?
-La reflexión contenida en El Abismo se Repuebla es descarnada como
corresponde al momento más oscuro del pensamiento racional que es a su vez el
más brillante de la sinrazón. El medio obrero ha sido destruido por la cultura
de masas; la universalidad abstracta de la mercancía y el salto hacia adelante
en la tecnología del control son ya hechos triviales. Jaime dijo lo que nadie
quería oír, que la historia había sido abolida desde el poder, que no existían
los medios donde recrear la conciencia revolucionaria, que la vanguardia de la
modernidad, o mejor de la posmodernidad, era la vanguardia de la alienación,
donde no sólo encontraríamos a los viejos izquierdistas reciclados en el ciudadanismo, sino a buena parte del arco
extraparlamentario, libertario o no, que pugnaba por una versión extremista de
los valores disolventes del orden renovado. Habló de las nuevas formas de
barbarie derivadas de una vida consagrada al instante, del escaso porvenir de
las nuevas generaciones brutalizadas por el espectáculo, del uso por parte de
la dominación de la oposición terrorista y aun de la moderada, simples
herramientas de su perpetuación, del papel de las nuevas clases medias en tanto
que base social de la descomposición políticamente correcta y, en fin, habló
del abismo, de los espacios abandonados por el sistema donde las masas
desesperadas se revuelven contra todo y contra sí mismas. Jaime tuvo el valor
de no prestarse a ilusión alguna y describir las auténticas condiciones
presentes donde el replanteamiento verídico de la cuestión social no podía ser
más arduo. Tras el Abismo se Repuebla el
pensamiento crítico abandonaba la solidez de las viejas verdades obsoletas, sin
empleo, y entraba en un terreno movedizo. No podía haber una revolución social
sin un pensamiento revolucionario, pero el movimiento histórico en el que éste
se inscribe difícilmente podría formarse.
-Como
crítico de la sociedad industrial se hubiese llevado bien, muy bien con Ludd, ¿verdad?
-Decía que la industria llevaba más de dos siglos en guerra con la
vida. Sin duda, con los destructores de máquinas se hubiera llevado tan bien
como mal se llevaba con los destructores del lenguaje, los seudoludditas
de la modernidad líquida. Desde luego, se hubiera llevado bien con García
Calvo. Rescataba del “1984” de Orwell el término de “neolengua”
para describir una recomposición ligüistica radical
que rompía completamente con el pasado, reelaboración exigida por la sociedad
industrial y su tecnología: “es la lengua natural de un mundo cada vez más
artificial”, sentenciará Jaime en su libro de 2005 Defensa e ilustración
de la neolengua francesa. Sin darnos cuenta,
usamos un lenguaje tecnificado que inpide formular un
razonamiento coherente incluso en el ámbito de la protesta “light”; piénsese en
términos bárbaros como “interseccionalidad”, “transversalidad”, “empoderamiento”, “poliamor”,
“rizoma”, “queer”, etc. Volviendo a Ned Ludd, o más bien al Capitán
Swing, Jaime llamó la atención sobre una revuelta que pasaba desapercibida
precisamente por un potencial subversivo de nuevo cuño: la revuelta argelina de
los “aarch”, viejos senados tribales transformados
por las necesidades insurreccionales en asambleas populares. Tradición y
novedad, juventud y experiencia, confluían en la rebelión de Kabilia, proporcionando un máximo de libertad para resistir
al Estado gendarme con éxito inesperado. Los asambleistas
eran verdaderos ludditas enfrentados a la burocracia
estatal en defensa de sus condiciones de vida tradicionales que a la postre
eran demasiado modernas para convivir con el poder. La Apología de la
insurrección argelina, publicada en 2001, revela el lado menos
intelectual de Jaime, su olfato insurreccional que ya manifestó en La Guerra
Social en Portugal y en el Manuscrito encontrado en Vitoria.
-¿Cómo concluye
su pensamiento? ¿O cuál puede ser su mensaje?
-Jaime murió repentinamente en agosto de 2010, con las botas
puestas. Por lo tanto, su pensamiento quedó abierto. Su último libro, impreso
en 2008, Catastrofismo, administración del desastre y sumisión sostenible,
escrito mano a mano con René Riesel, continúa la
labor de demolición de los anteriores y tiene el cuidado de citarlos. No cierra
ningún ciclo ni pone punto final a ningún debate, por lo que no puede
considerarse un testamento. Sencillamente es una ratificación de los análisis
precedentes en circunstancias agravadas: el capitalismo neoliberal podía
calificarse ahora de capitalismo del desastre. El libro lleva como apéndice el
texto de Los fantasmas de la teoría, una perla crítica suplementaria
acerca del objetivismo mágico que resuelve desde el escritorio todas las
cuestiones prácticas. No hay una esfera teórica a salvo de las contradicciones;
ninguna certidumbre ideológica escapa a la piqueta y el Catastrofismo es prueba
de ello. Sin un sujeto revolucionario que enderece la situación y desmantele la
sociedad industrial de masas, el porvenir oficial que está reservado a la
humanidad es la extinción. La catástrofe verdadera no es aquella que nos
señalan los dirigentes, es la ceguera persistente de la mayoría oprimida,
carente de la voluntad de actuar sobre las causas de la opresión, deseando en
el fondo lo mismo que ofrecen los dueños del mundo. Forzoso es constatar que el
deterioro de la vida no impulsa las masas a la rebelión sino a una adaptación
sumisa. El conformismo más absoluto reina sin oposición efectiva. Los
antagonismos se disuelven con pasmosa facilidad entre los ciudadanos reeducados
en el consumismo verde y en el voto por la red. La gestión del desastre
fundamenta la política de todos Estados, a su manera, ecologistas. El
catastrofismo de la propaganda oficial
justifica la sumisión forzosa a las directivas de la dominación ahora
“sostenible”. Citando a un antiguo miembro de “Socialisme
ou barbarie” fallecido en 1979, Pierre Souyri: “el capitalismo entra en una fase donde se verá
obligado a poner a punto un conjunto de tecnicas
nuevas de la producción de energía, de la extracción de minerales, del
reciclado de residuos, etc., transformando en mercancías una parte de los
elementos naturales necesarios para la vida.” Es la fase de la
sostenibilidad, es decir, de la regulación autoritaria de la economía mundial
en función de las urgencias ecológicas. El análisis nos suena familiar pues
leímos algo similar en la Nuclearización del Mundo. Las guerras del petróleo,
los minerales o el agua, junto con las demás operaciones geopolíticas mediante
las cuales se delimitan las zonas de influencia, son la consecuencia de la reconversión
burocrático-ecológica del mundo capitalista. Aquellos que tratan de oponerse al
sistema desde dentro, tan mal tratados en el libro, acusarán a Jaime a René de
pesimistas, incluso de derrotistas. Nada menos cierto. Los refractarios
existen, la imaginación crítica reposa en aquellos que no han arrojado la
toalla, que no han perdido el gusto de la libertad y luchan por vivir sin
constricciones: “en un presente aplastado por la probabilidad de lo peor,
las posibilidades siguen igual de abiertas.” Ese podría ser su mensaje.