En el mundo que habitamos no hay mejor forma de advertir la
ideología que conocer los entresijos que se ocultan en las formas de hacer de
aquellos que gobiernan.
La implantación del programa de atención sociosanitaria al
paciente con alta vulnerabilidad, bautizado como ‘paciente crónico complejo’ o
‘con enfermedad avanzada crónica’, es reveladora en este sentido. Si bien su
aplicación por el momento es un programa piloto en algunas comarcas de
Catalunya, su pretensión es la de ampliarse a toda la población catalana.
En muy breve. Se trata de un programa que se vende como una
mejor atención a este tipo de pacientes, una atención personalizada, un menor
encarnizamiento terapéutico evitando sobremedicación e ingresos hospitalarios
poco útiles en éstos, una atención a aspectos más allá de los estrictamente
biológicos considerando aspectos sociales, biográficos o espirituales. Sobre
una base teórica humanista se pretende dar un vuelco al modelo médico actual.
La idea, y remarco idea de ideal, es que los trabajadores mantengan un contacto
más cercano con el paciente, consideren otros aspectos existenciales de éste,
elaboren un plan terapéutico con él, acuerden modos de hacer en según que situaciones
venideras. Ese tipo de relación debe estar envuelta en un manto ético del
profesional que como persona que es, automáticamente, tiene en cuenta la
situación de vulnerabilidad de ese paciente y le ofrece su ayuda, a través del
programa, para darle una mayor autonomía sobre una base distributiva de
justicia social.
Todo muy ideal sí. Pero veamos algunas cuestiones.
Empecemos por las preguntas en torno a la materialización
del programa: ¿por qué se implementa este programa justo ahora?, ¿hay otras motivaciones
más allá del mejor cuidado de estos pacientes?. Si todos tenemos esa ética que
se supone idealmente y somos tan personas, ¿cómo hemos llegado a este modelo
médico?, ¿cómo se le dará la vuelta a esa situación?, ¿diciéndolo y enseñando
cómo tiene que hacer las cosas el profesional?, ¿y si los pacientes no quieren
o no saben llegar a acuerdos y consensos?, ¿qué otras implicaciones puede tener
marcar a alguien con esa etiqueta?, ¿qué uso futuro se puede hacer de un
programa así?.
Para responder a las dudas conviene recordar algunas cosas.
Primero de todo. El marco en el que las políticas sanitarias
se dan es el de un modelo capitalista. Esto implica que lo que marca las
políticas es la necesidad de valorización del Capital. La eficiencia (producir más
resultados con menos recursos, energía y tiempo) es un concepto económico
derivado de este marco, y este programa tiene como objetivo explícito mejorar
la eficiencia. El modelo capitalista además implica una competencia entre
empresas proveedoras de servicios que implica una disminución de costes
continua. En definitiva, el dinero, los costes, mandan. Y si no, ¿por qué se
privatiza la sanidad ahora aquí?, ¿dónde queda esa ética que piensa en las
personas?, ¿acaso piensan en las personas los gobernantes que exigen a los
griegos sacrificios?. Por tanto, el fondo que da sentido a la puesta en marcha
de un programa como este, o como cualquier otro, no puede obviar la situación
económica. Y el momento de desarrollo y puesta en marcha del programa es el de
una crisis económica.
En segundo lugar, exigir a los profesionales esa ética,
formarlos para que sepan hacerlo (como si no supiesen) es un insulto a los que
trabajamos en sanidad. Cualquiera que trabaja en atención primaria y
comunitaria sabe que con los medios materiales que te dan y con las exigencias
que te imponen es imposible trabajar bien, so pena de dedicar tu vida a ella
como un monje. Pero Dios ya murió y los sacrificios se los dejamos a los
santos. Con trabajar para vivir y poder disfrutar de lo que nos dejan de vida
tenemos más que suficiente. Si quieren implantar algo así, lo primero es dar
tiempo. No hay mejor relación, mayor confianza, mejor forma de acordar y
trabajar objetivos vitales conjuntamente, tomar decisiones terapéuticas basadas
en cuestiones más amplias que las biológicas, que tener tiempo para hablarlo,
para conocer el contexto, la familia, la perspectiva y los valores del
paciente, etc, para coordinarse con otros profesionales. Sin tiempo o
profesionales suficientes no hay ética que valga. Lo contrario es poner entre
la espada y la pared al trabajador, exigirle lo que no puede dar por los medios
con que se le dota.
Pero además quieren hacer una formación específica. ¿Sobre
qué?. ¿El programa o el modelo social que conlleva una forma de hacer las cosas
que hacemos? La pedagogía, ¿cambiará el modelo económico que sustenta todo lo
demás?. Desde la Revolución Francesa hace más de dos siglos, el proyecto
ilustrado fue avanzando con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad
materializados por una pedagogía basada en la confianza en la ciencia y el
progreso y la secularización de la sociedad. En ese tiempo se implantó el
trabajo asalariado generalizado, el ser humano se convirtió en una pieza más en
el proceso de valorización del Capital, tanto por su producción como por su
consumo. Los asuntos éticos quedaron tocados de muerte en este largo proceso y
así se llegó a dos guerras mundiales, los totalitarismos y las bombas
nucleares. El proyecto ilustrado está muerto. Y no será la educación promovida
por el Estado y sus instituciones el que modifique esa ética. El sistema
educativo (en el sentido amplio, también incluida la formación de la que
hablamos aquí) es resultado del modo de producción capitalista. ¿De verdad
alguien piensa que el sistema educativo genera personas más preparadas para el
consenso, el diálogo y los acuerdos?. ¿No será que se forma más bien en la
aceptación acrítica de órdenes, directas o encubiertas?. Que cada cual saque
sus conclusiones de lo que ve cada día...
Por otro lado, es a través del discurso científico
reduccionista y de la tecnología que se obtiene valor añadido en los
procedimientos biomédicos. ¿Cómo? Derivar cualquier cuestión de la vida humana
a procesos bioquímicos, genéticos o fisiopatológicos implica desarrollar
procesos diagnósticos, preventivos y terapéuticos cada vez más complejos y
costosos. Ese coste económico que invierten las empresas debe obtener un
beneficio posterior. Para obtener un valor añadido en ese proceso, se debe
vender la enfermedad y los procedimientos preventivos que permitan la
generalización de los métodos de prevención (controles por tests preventivos
como los genéticos, seguimientos poblacionales mediante controles analíticos) e
introducir intervenciones preventivas tanto farmacológicas (nuevas vacunas,
fármacos preventivos) como de pautas para la modificación de estilos de vida
(programas psicoeducativos, grupos de autocuidado, grupos de pacientes
expertos). Pero además se inventarán nuevos diagnósticos, como la fobia social
o el TDAH (ya reconocidos como inventos por sus ‘creadores’), que permitirán
ampliar el grupo de ‘enfermos’ y poder vender nuevos fármacos a un amplio
sector de población.
Acerca de la confidencialidad. Marcar a alguien con una
etiqueta que supone una expectativa de vida limitada y presupone una menor
necesidad de pruebas diagnósticas y tratamientos es peligroso, sabiendo,
además, que esos datos pueden llegar a manos con intereses únicamente
económicos. Con el proyecto de venta de datos sanitarios a empresas privadas en
Catalunya, el VISC +, el peligro es un hecho y ninguna ética que no actúe
beligerantemente lo cambiará. Los datos son dinero y la ética no cambia eso.
Las opiniones y recomendaciones de los comités de bioética o del Colegio de
Médicos poco valen si no se adoptan medidas de acción. El hecho que se prevea
en el programa del paciente crónico complejo la extensión de los datos a las
residencias geriátricas o los servicios sociales es significativo de lo que
decimos.
La forma en que se consigue la valorización pasa por la
continua introducción de tecnología. Ya hace tiempo que se impuso la receta
electrónica para control de la prescripción y por tanto del prescriptor y del
paciente. No será raro entonces que el programa del que hablamos cuente ahora con
una formación obligatoria para todos los actores del programa que será online.
Y es que Catalunya hace varios años que dirige sus políticas sanitarias a
implementar nuevas tecnologías. Y es algo que van a hacer sea eficaz o no en
cuestiones de salud. Las van a implantar para desarrollar el modelo económico
del país.
Y si para algo nos sirve la memoria histórica es para no
repetir historias pasadas o para prevenirlas. Un programa como este, que se
pretende para toda la población catalana en un futuro, que cuantifique
probabilísticamente el tiempo de vida de cada uno, recuerda a más de una
distopía. En un mundo de cálculo y racionalidad extremas, de cuantificación, de
valor económico y de ausencia de una o varias éticas/morales cimentadas, marcar
a alguien su probable límite existencial es muy peligroso. Un ejemplo histórico
de racionalidad extrema fue el nazismo, y la buscada falta de comprensión que
algunos se han encargado de promover activamente con discursos lacrimógenos
humanistas y victimistas nos lleva a una actualidad de auge de fascismos y
nacionalismos por toda Europa. ¿Es imposible que se eliminen físicamente
personas no rentables?