Cuando el mundo de la técnica sustrae nuestra esencia humana, cuando nuestros cuerpos se convierten en meras mercancías con las que trabajar, cuando la medicina se convierte en forma de gobierno y la tecnología en su instrumento principal, es hora de escupir unas cuantas verdades.

lunes, 11 de mayo de 2015

Biopolítica en Catalunya: sobre el programa ‘enfermo crónico complejo’.



En el mundo que habitamos no hay mejor forma de advertir la ideología que conocer los entresijos que se ocultan en las formas de hacer de aquellos que gobiernan.

La implantación del programa de atención sociosanitaria al paciente con alta vulnerabilidad, bautizado como ‘paciente crónico complejo’ o ‘con enfermedad avanzada crónica’, es reveladora en este sentido. Si bien su aplicación por el momento es un programa piloto en algunas comarcas de Catalunya, su pretensión es la de ampliarse a toda la población catalana.

En muy breve. Se trata de un programa que se vende como una mejor atención a este tipo de pacientes, una atención personalizada, un menor encarnizamiento terapéutico evitando sobremedicación e ingresos hospitalarios poco útiles en éstos, una atención a aspectos más allá de los estrictamente biológicos considerando aspectos sociales, biográficos o espirituales. Sobre una base teórica humanista se pretende dar un vuelco al modelo médico actual. La idea, y remarco idea de ideal, es que los trabajadores mantengan un contacto más cercano con el paciente, consideren otros aspectos existenciales de éste, elaboren un plan terapéutico con él, acuerden modos de hacer en según que situaciones venideras. Ese tipo de relación debe estar envuelta en un manto ético del profesional que como persona que es, automáticamente, tiene en cuenta la situación de vulnerabilidad de ese paciente y le ofrece su ayuda, a través del programa, para darle una mayor autonomía sobre una base distributiva de justicia social.

Todo muy ideal sí. Pero veamos algunas cuestiones.

Empecemos por las preguntas en torno a la materialización del programa: ¿por qué se implementa este programa justo ahora?, ¿hay otras motivaciones más allá del mejor cuidado de estos pacientes?. Si todos tenemos esa ética que se supone idealmente y somos tan personas, ¿cómo hemos llegado a este modelo médico?, ¿cómo se le dará la vuelta a esa situación?, ¿diciéndolo y enseñando cómo tiene que hacer las cosas el profesional?, ¿y si los pacientes no quieren o no saben llegar a acuerdos y consensos?, ¿qué otras implicaciones puede tener marcar a alguien con esa etiqueta?, ¿qué uso futuro se puede hacer de un programa así?.

Para responder a las dudas conviene recordar algunas cosas.

Primero de todo. El marco en el que las políticas sanitarias se dan es el de un modelo capitalista. Esto implica que lo que marca las políticas es la necesidad de valorización del Capital. La eficiencia (producir más resultados con menos recursos, energía y tiempo) es un concepto económico derivado de este marco, y este programa tiene como objetivo explícito mejorar la eficiencia. El modelo capitalista además implica una competencia entre empresas proveedoras de servicios que implica una disminución de costes continua. En definitiva, el dinero, los costes, mandan. Y si no, ¿por qué se privatiza la sanidad ahora aquí?, ¿dónde queda esa ética que piensa en las personas?, ¿acaso piensan en las personas los gobernantes que exigen a los griegos sacrificios?. Por tanto, el fondo que da sentido a la puesta en marcha de un programa como este, o como cualquier otro, no puede obviar la situación económica. Y el momento de desarrollo y puesta en marcha del programa es el de una crisis económica.

En segundo lugar, exigir a los profesionales esa ética, formarlos para que sepan hacerlo (como si no supiesen) es un insulto a los que trabajamos en sanidad. Cualquiera que trabaja en atención primaria y comunitaria sabe que con los medios materiales que te dan y con las exigencias que te imponen es imposible trabajar bien, so pena de dedicar tu vida a ella como un monje. Pero Dios ya murió y los sacrificios se los dejamos a los santos. Con trabajar para vivir y poder disfrutar de lo que nos dejan de vida tenemos más que suficiente. Si quieren implantar algo así, lo primero es dar tiempo. No hay mejor relación, mayor confianza, mejor forma de acordar y trabajar objetivos vitales conjuntamente, tomar decisiones terapéuticas basadas en cuestiones más amplias que las biológicas, que tener tiempo para hablarlo, para conocer el contexto, la familia, la perspectiva y los valores del paciente, etc, para coordinarse con otros profesionales. Sin tiempo o profesionales suficientes no hay ética que valga. Lo contrario es poner entre la espada y la pared al trabajador, exigirle lo que no puede dar por los medios con que se le dota.

Pero además quieren hacer una formación específica. ¿Sobre qué?. ¿El programa o el modelo social que conlleva una forma de hacer las cosas que hacemos? La pedagogía, ¿cambiará el modelo económico que sustenta todo lo demás?. Desde la Revolución Francesa hace más de dos siglos, el proyecto ilustrado fue avanzando con sus ideales de libertad, igualdad y fraternidad materializados por una pedagogía basada en la confianza en la ciencia y el progreso y la secularización de la sociedad. En ese tiempo se implantó el trabajo asalariado generalizado, el ser humano se convirtió en una pieza más en el proceso de valorización del Capital, tanto por su producción como por su consumo. Los asuntos éticos quedaron tocados de muerte en este largo proceso y así se llegó a dos guerras mundiales, los totalitarismos y las bombas nucleares. El proyecto ilustrado está muerto. Y no será la educación promovida por el Estado y sus instituciones el que modifique esa ética. El sistema educativo (en el sentido amplio, también incluida la formación de la que hablamos aquí) es resultado del modo de producción capitalista. ¿De verdad alguien piensa que el sistema educativo genera personas más preparadas para el consenso, el diálogo y los acuerdos?. ¿No será que se forma más bien en la aceptación acrítica de órdenes, directas o encubiertas?. Que cada cual saque sus conclusiones de lo que ve cada día...

Por otro lado, es a través del discurso científico reduccionista y de la tecnología que se obtiene valor añadido en los procedimientos biomédicos. ¿Cómo? Derivar cualquier cuestión de la vida humana a procesos bioquímicos, genéticos o fisiopatológicos implica desarrollar procesos diagnósticos, preventivos y terapéuticos cada vez más complejos y costosos. Ese coste económico que invierten las empresas debe obtener un beneficio posterior. Para obtener un valor añadido en ese proceso, se debe vender la enfermedad y los procedimientos preventivos que permitan la generalización de los métodos de prevención (controles por tests preventivos como los genéticos, seguimientos poblacionales mediante controles analíticos) e introducir intervenciones preventivas tanto farmacológicas (nuevas vacunas, fármacos preventivos) como de pautas para la modificación de estilos de vida (programas psicoeducativos, grupos de autocuidado, grupos de pacientes expertos). Pero además se inventarán nuevos diagnósticos, como la fobia social o el TDAH (ya reconocidos como inventos por sus ‘creadores’), que permitirán ampliar el grupo de ‘enfermos’ y poder vender nuevos fármacos a un amplio sector de población.

Acerca de la confidencialidad. Marcar a alguien con una etiqueta que supone una expectativa de vida limitada y presupone una menor necesidad de pruebas diagnósticas y tratamientos es peligroso, sabiendo, además, que esos datos pueden llegar a manos con intereses únicamente económicos. Con el proyecto de venta de datos sanitarios a empresas privadas en Catalunya, el VISC +, el peligro es un hecho y ninguna ética que no actúe beligerantemente lo cambiará. Los datos son dinero y la ética no cambia eso. Las opiniones y recomendaciones de los comités de bioética o del Colegio de Médicos poco valen si no se adoptan medidas de acción. El hecho que se prevea en el programa del paciente crónico complejo la extensión de los datos a las residencias geriátricas o los servicios sociales es significativo de lo que decimos.

La forma en que se consigue la valorización pasa por la continua introducción de tecnología. Ya hace tiempo que se impuso la receta electrónica para control de la prescripción y por tanto del prescriptor y del paciente. No será raro entonces que el programa del que hablamos cuente ahora con una formación obligatoria para todos los actores del programa que será online. Y es que Catalunya hace varios años que dirige sus políticas sanitarias a implementar nuevas tecnologías. Y es algo que van a hacer sea eficaz o no en cuestiones de salud. Las van a implantar para desarrollar el modelo económico del país.

Y si para algo nos sirve la memoria histórica es para no repetir historias pasadas o para prevenirlas. Un programa como este, que se pretende para toda la población catalana en un futuro, que cuantifique probabilísticamente el tiempo de vida de cada uno, recuerda a más de una distopía. En un mundo de cálculo y racionalidad extremas, de cuantificación, de valor económico y de ausencia de una o varias éticas/morales cimentadas, marcar a alguien su probable límite existencial es muy peligroso. Un ejemplo histórico de racionalidad extrema fue el nazismo, y la buscada falta de comprensión que algunos se han encargado de promover activamente con discursos lacrimógenos humanistas y victimistas nos lleva a una actualidad de auge de fascismos y nacionalismos por toda Europa. ¿Es imposible que se eliminen físicamente personas no rentables?

En definitiva, pretender ocultar todas estas cuestiones es vender un producto y encubrirlo con buenas intenciones que no indigesten nuestra cristiana mentalidad. Las reflexiones del Comité de Bioética de Catalunya al respecto han sido lamentables. Hablar de riesgos de mal uso cuando ya se ha puesto en marcha y esos riesgos son ya hechos.

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