Mi puesto laboral me permite ver de cerca, pero a una
distancia prudencial conscientemente decidida, cómo se imponen estudios con
apariencia científica que en realidad sólo buscan objetivos comerciales. Las
consecuencias de éstos se proyectan, en primer lugar sobre la población que
acude a solicitar ayuda al médico o psicólogo, y, en segundo término, y mucho
más grave a mi entender, en el mundo común que se construye. Mundo en el que
estamos obligados a vivir socialmente.
Este artículo explica la introducción de un estudio del
ámbito de la psiquiatría en un centro de salud mental. Se trata del estudio ifightdepression.
Un estudio europeo que pretende obtener resultados positivos que muestren el
beneficio de una herramienta de autoayuda online para gente con depresión.
Para empezar se orienta a depresiones leves y moderadas,
esas que en la mayoría de estudios bien diseñados mejoran igual con tratamiento
que con placebo, es decir, sin tratamiento pero con la apariencia de un
tratamiento efectivo sin que el sujeto conozca el engaño. Y es que el estatuto
científico del concepto ‘depresión’ es más que dudoso, en el sentido que bajo
ese paraguas sintomático se agrupan multitud de situaciones, sujetos y estados
de lo más diverso. Críticas no le faltan en el ámbito de la ciencia
psiquiátrica.
En segundo lugar, si se trata, y se reconoce, de que esas
depresiones mejoran sin intervención farmacológica o psicológica, para qué
implementar herramientas con un coste económico notable (hay que pagar expertos
informáticos que hagan el software, expertos clínicos que recomienden el
tratamiento, licencias a empresas para el uso del software). La clave, como no
puede ser de otra manera en el tiempo del homo economicus, es el beneficio que
supone a empresas tecnológicas. Beneficio de dos tipos. El primero, beneficio
económico directo por los ingresos recibidos de licencias y trabajo realizado.
Segundo, por la destrucción de la figura del psicólogo o psiquiatra como
experto en la materia de la subjetividad y sus alteraciones experienciales y
que debería ayudar a incrementar el poder de decisión y la libertad del
individuo que consulta. Esto último, es un beneficio a largo plazo pues dispone
a la población a un tipo de tratamiento impersonal, autoadministrado y
descontextualizado. Se crea un mundo con una compresión del otro y propia y
unas expectativas muy distintas de la anterior. Se rompen lazos humanos de
relación (ya suficientemente rotos en tanto es un lazo, el de médico-paciente,
creado a partir de roles sociales). ¿Quién puede afirmar tranquilamente que es
igual una relación humana directa bidireccional que una relación con uno mismo
mediada por un ordenador y un software?.
Entrando en los medios para la extensión y venta de este
pack online informativo y de autoayuda sobre la depresión, es interesante
escuchar cómo conseguir el interés de los sujetos diagnosticados. Se plantearon
varios medios. El primero es que debe ser el experto en psiquiatría o
psicología el que lo ‘prescriba’. Todo el mundo sabe que si es el especialista
en la materia el que te lo indica es mucho más fácil que tenga efecto. ¿No será
eso efecto placebo?. Pero claro, para que el especialista se preste a perder su
tiempo en algo que internamente sabe que es una burda mentira con fines
económicos, hay que ‘motivarlo’. ¿Cómo? Como se hace hoy día, ofreciendo una
pequeña porción del pastel; la económica, un dinerito por cada paciente
incluido en el estudio, y la curricular, la promesa de figurar en una
publicación científica, supuesto que se ha convertido en los últimos años en
fundamental para poder competir por un puesto de trabajo. Por otro lado, para
hacerlo ‘interesante y atractivo’ al sujeto diagnosticado, contactaron con
gente del ámbito de las máquinas recreativas. ¡¡Sí, sí, de las tragaperras!!.
Se plantearon poner una musiquita adecuada al programa informático, además de
plantearse poner medallas según niveles que pasabas con el programa. Vamos,
todo muy apropiado para un individuo con depresión...
Por último, y probablemente lo más peligroso de todo, es el
fin político, que si no lo persigue directamente sí se puede inferir del total
de la intervención. Este programa online supone que una persona que está
fastidiada y se siente mal por lo que sea, es decir está en un estado de fragilidad
y dependencia y por tanto va a buscar la ayuda que pueda para evitar su
sufrimiento, va a leer una serie de afirmaciones discutibles y no consensuadas
ni siquiera en la comunidad científica de la psiquiatría/psicología, y a actuar
en función de lo aprendido ahí. Esa intervención psicoeducativa promueve
conductas prescritas por unos cuantos especialistas en una población que a
duras penas, a la vista del diagnóstico, puede catalogarse de enferma tal y
como se entiende ese término. Esa intervención puede limitar la capacidad
personal de cada uno en su ámbito de acción cotidiano, la capacidad de
superarse por sí mismo con los suyos y con sus medios, la contextualización
biográfica, económica, familiar y cultural de su estado, y por tanto puede
generar sujetos menos autónomos y más dependientes de expertos.
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