Durante los últimos años estamos viendo como se señalan
acusadora e insisitentemente los límites de la psicofarmacología y los usos y
abusos que de ella se hacen, que buena falta hacía. Basta con echar una ojeada
a los libros especializados publicados al respecto, los grupos y colectivos que
tratan el tema, y los blogs, webs y redes sociales que abordan la cuestión.
Toda esta actividad crítica y reflexiva se traslada, como debe ser, al seno de
la actividad psiquiátrica y promueve cambios al respecto. Si bien esto es
positivo porque nutre los abordajes profesionales y las teorías de realidades
personales y experiencias subjetivas (y de eso va buena parte del oficio), no
hay que dejar de lado las derivas mercantilistas que se ocasionan y que
promueven algunos especialistas espabilados.
Si la crisis económica iniciada en 2008 cambió algo fue que
se reestructuraron las relaciones laborales en el seno de empresas e
instituciones, la organización económica y los procesos productivos y de
consumo. En la psiquiatría pública eso implicó, entre otras muchas cosas, un
cuestionamiento del gigantesco gasto farmacéutico. Y así se inició la campaña
mediática de sobremedicación que existe en los mass-media, el acoso a los
trabajadores sanitarios con indicadores de farmacia, y la proliferación de
otras estrategias terapéuticas, muchas de las cuales son también muy
cuestionables y muy a la moda postmoderna (mucho efectismo inicial y poca
consistencia en el tiempo). Pero la máquina económica no se para sino que se
reconvierte y se engrasa para funcionar más y mejor. Y así llega a nuestro
campo la maquinización de las terapias y las relaciones terapéuticas. Terapias
online, aplicaciones para móvil, sensores de control comportamental, imaginería
cerebral, etc, a cada cual con más dudoso valor terapéutico añadido. Pero eso
sí, mucho valor económico añadido. Y es que la tecnología es el sector
económico más importante para los países llamados 'avanzados'. Y de eso va el
tema. De realidad virtual para tratar el TDAH (es el caso del H. Vall d'Hebron
de Barcelona). También para otros diagnósticos como fobias varias entre las que
cuentan entrar en una máquina de resonancia magnética o fobias a las agujas (en
el caso del H. del Mar en Barcelona).
La cuestión concreta del diagnóstico del TDAH tiene larga
historia de confrontación de perspectivas. Trastorno que se inventa en los 80 y
que se incrementa de forma exponencial hasta nuestros días, pasa por ser un
trastorno cerebral medicable (con anfetaminas, de esas que no teniendo ningún
TDAH ya tomaban algunos durante la carrera para estudiar mejor). Obviando la
complejidad del desarrollo de los niños y sus relaciones con el entorno, la
familia, sus pares, se redujeron trastornos del comportamiento y la adaptación
escolar requerida a problemas cerebrales. Pero lo alarmante es el proceso de
publicitación del diagnóstico que se hizo con fines netamente mercantilistas.
La estrategia de 'disease mongering' ( algo así como 'generación de
enfermedad') con respecto al TDAH está bien documentada (PLOS Medicine, 2006),
y pasa por la instrumentalización de familiares y escuelas para escrutar, detectar
e intervenir en niños, corrupción de
especialistas para su promoción*, creación de escalas diagnósticas y
entrevistas estructuradas orientadas al diagnóstico, y un marketing agresivo
orientado a la medicalización de los niños desadaptados y la culpabilización de
los que se niegan a 'cuidar' a sus hijos de esta forma. Posteriormente la
semilla crece y se extiende también a los adultos y no deja de abarcar a cada
vez más gente.
La confrontación de posición respecto a la inteligibilidad
del TDAH también llegó al 'oasis catalán' donde el 'seny' (ponderación,
sensatez) lleva a callarse las discrepancias para no cambiar nada de lo que la
máquina impone. Pero con este tema cambió. Y aunque propugnando un consenso, se
hizo un manifiesto público y colectivo criticando el diseño y la voluntad de
implementación de un protocolo para el manejo del TDAH (**).
Pues bien, ante tanta crítica de sectores que consideran un
crimen la medicalización de los niños en base a un diagnóstico con escasa
validez y fiabilidad (las tasas de prevalencia en Catalunya varían hasta un 50%
entre centros con distintas aproximaciones) y la descontextualización
sociofamiliar y económica de éste, se inició el reajuste de la aproximación más
reduccionista. Un reajuste no de la base sino de medios para seguir con los
mismo fines. Y de ahí la aparición de la realidad virtual para evaluar y tratar
a los dignosticados. Y así un paso más para el progreso y el desarrollo
económico.
Lo que podemos ver en la actualidad es la propaganda
desplegada, por un lado con el fin de generar valor para el propio hospital en
la carrera competitiva en que se ha hecho entrar a las instituciones
sanitarias, y por otro que es una valorización mediada por un dispositivo
tecnológico. ¿Y por qué tecnológico? Porque farmacológico ya está demasiado
criticado y se conocen sus límites, no rendirá tanto. Porque un aparato técnico
como unas gafas de realidad virtual son 'amigables' (de eso ya se ha encargado
toda la industria del ocio tecnológico) y por tanto mucho más aceptables que
una droga. Porque se plantean como terapias 'inocuas' (si no te hacen bien, mal
no te harán; eso sólo pasaba con los psicofármacos). Porque la tecnología,
además de inocua, tiene a su favor su apariencia de 'objetiva', de 'infalible',
puesto que no interpreta directamente (eso ya lo hará el clínico de turno).
Porque la industria de la alta tecnología es motor económico de los países
'avanzados', así que su introducción por aplicaciones fomenta su desarrollo, y
con ello, puestos de trabajo de alta capacitación, que es lo que interesa
políticamente.
Pero, en fin, todas esas características que se le atribuyen
a los medios técnicos en detrimento de los medios humanos son puras quimeras.
De inocuidad nada de nada. Sabemos que cualquier intervención tiene
implicaciones en el sujeto que las reciba. Otra cosa es la medición y
cuantificación de ese cambio operado. ¿O es que esa persona no interpreta lo
que experimenta?¿no categoriza e integra interpretativamente lo que se le
explica? ¿no actúa en su vida y decide cuestiones diversas basándose en esas
asunciones o creencias?. Y, ¿a qué objetividad se apela, si cualquier beneficio
supuesto que esa máquina consiga debe interpretarlo al menos ese sujeto y el
clínico de turno?. Por lo demás, decir que esa amigabilidad se ha impuesto a
base de destruir machaconamente la sociabilidad humana y de atacar las
vulnerabilidades más íntimas humanas promoviendo y facilitando el
individualismo en pro del beneficio político-económico.
Pero la pregunta de moda, la que interesa verdaderamente en
nuestra sociedad, la capitalista, es la que se refiere al coste-eficacia para
averiguar si es factible su implementación masiva. Ahora bien, si lo es ¿para
qué y para quién?. Si tomamos como beneficiado la sociedad capitalista como
abstracción no hay dudas. La respuesta es sí. Creada la diferencia,
naturalizado el defecto, medicalizado el síntoma, se perpetúa ese desarrollo en
la línea de producir nuevos medios para su aparente mejora/curación. Ese
proceso es la valorización necesaria del capital. Absolutamente imprescindible
para el mantenimiento del sistema capitalista. Si, por el contrario, tomamos a
las personas diagnosticadas y a las personas por diagnosticar (cada vez más,
precisamente por esa necesidad de valorización), no parecen apreciarse muchos
beneficios. Probablemente algunos pasen por sentirse cuidados, por ser
desresponsabilizados de sus propios comportamientos, por ser etiquetados y
singularizados (habría que ver cuanto de narcisismo en sentido amplio hay en
una sociedad que ya ha sido definida sociológicamente como 'cultura del
narcisismo') y beneficiarse de ello. Pero, por otro lado, se está asumiendo un
'defecto' y por ello, una dependencia de expertos en nosotros mismos.
Desfamiliarizados de nosotros mismos y defectuosos para esta sociedad
industrial que exige el máximo rendimiento de cada uno de nosotros, y por tanto
con el que siempre estamos en deuda, tendremos que aprender a vivir con la
perpetua depresión expresada de mil maneras distintas. Es la era de la psicopolítica.
Si en unos meses o unos años, tras algunos estudios, se ve
que la realidad virtual no es un medio eficiente, no habrá problema alguno. El
beneficio buscado ya se habrá logrado. Marketing institucional, promoción
curricular y beneficios económicos para algunos espabilados ya se habrán
generado. La cuestión será quién los habrá pagado, económicamente y en sus
propias carnes. Lo primero, como hospital público, lo habremos pagado todos, y
el beneficio lo habrán recogido, entre otros, la empresa catalana Psious y sus
inversores, entre ellos La Caixa por ejemplo, o esos personajes de la psiquiatría
que crean 'chiringuitos' especializados en la pública, para luego lucrarse por la
privada. Lo segundo, aquellos rezagados del actual modo de vida, y en último
término, en uno u otro momento de la vida, todos nosotros.
En resumen, esta nueva inclusión de la realidad virtual como
medio terapéutico para el TDAH responde claramente más a la necesidad económica
del sistema social actual que a la necesidad de las personas etiquetadas con un
diagnóstico que muchos consideran quimérico y configurado socialmente de forma
política y económicamente interesada.
No es casual que el medio sea tecnológico y no
farmacológico. El auge de las empresas tecnológicas como motor del sistema
económico de los países avanzados es conocido por todos. Sus beneficios pasan
por la implementación continua e imparable de sistemas tecnológicos en todos
los ámbitos. La salud mental es un ámbito propicio en tanto se enfoca en un
objeto inmaterial, la mente (la
voluntad, los pensamientos, los sentimientos...). Y puesto que no hay
referentes materiales específicos (decir el funcionamiento y las estructuras
cerebrales es algo muy poco concreto) parece que cualquier cosa que se venda
merezca ser comprada en pro de una innovación y un progreso hacia no se sabe
dónde.
* El catedrático de psiquiatría por la UAB, y antiguo Jefe
del Servicio de Psiquiatría del H. Vall d'Hebron, Miquel Casas i Brugué,
afirmaba que los infractores al volante eran en su mayoría personas con un
probable diagnóstico de TDAH no detectado. Actualmente está vinculado a una start
up dedicada a la atención de niños con problemas académicos en escuelas.
Seguramente haciendo nuevos clientes. Nadie ha hecho tanto por la psiquiatría
más chata y nociva como este personaje, que recientemente visitaba al mismísimo
Papa Francisco...
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