El
desarrollo de tecnologías en el campo de la salud no deja de
ensancharse y abarcarlo todo reduciendo cualquier atisbo de humanidad
a un mero click.
Hace
pocos días terminaba el Mobile World Congress. Un espacio de
encuentro para mercaderes y vendehumos de todo tipo donde poder ver
las últimas baratijas que las empresas y los emprendedores nos
ofertan para hacer de nuestras vidas algo extraño.
En
el ámbito local de la emprendiduría en salud, se presentaba
HealthApp, una start-up que pretende desarrollar aplicaciones médicas
a partir de las ideas que les suministremos. Con una puesta en escena
de lo más ridícula, con el único afán de volverse llamativo entre
tanta competencia, mostraban la TCApp, una aplicación que ofrece un
mejor y más efectivo control y monitorización de las conductas y
emociones en personas con 'trastornos de la alimentación'. Su baza,
la diversión que nos prometen para conseguirlo. Y es que puedes
conseguir premios y recompensas haciéndolo. Está claro que fueron
los más divertidos como reza su eslogan principal '¡Aportamos diversión a las terapias!'.
Por
otro lado, hemos conocido también la App Medvisit orientada a
conseguir un médico allí donde estés de forma inmediata y no
sabemos aún si por un módico precio. Lo que llama la atención de
su anuncio, como sucede a menudo con estas aplicaciones, es la
estética infantil y las muecas sonrientes de esos dibujos
redondeados que tienen que emanar bondad, accesibilidad sin límites
y diversión. Todos sabemos lo divertido que es enfermar, y mucho más
de viaje...
Otra
cuestión que ha llegado a nuestras manos es la noción de 'fenotipo
digital' desde el ámbito de la salud mental. En resumidas cuentas se
trataría del uso del registro de la actividad virtual de una persona
para componer un perfil psicológico que permitiese interpretar los
malestares de esa persona y tratarlos en base a ello. Es claro el uso
mercantil (aunque se vista de terapéutico) de nuestra actividad
frente al ordenador cuando estamos en las redes sociales. Seguro que
hablaremos más de ello en el futuro. Concepto muy goloso que no deja
de acoger el histórico afán categorizador de las ciencias psi,
ya fuese por medio de marcas físicas en la frenología, de escalas y
test psicológicos o pruebas de imagen cerebrales como las
resonancias magnéticas o las tomografias por emisión de positrones.
Y
finalmente hemos tenido ocasión de leer el artículo de TheEconomist
y entender algunas cosas que pasan y otras que van a pasar.
Entendemos que el futuro de los tratamientos en salud pasa por los
dispositivos de salud digital. Y que tres son los grupos que luchan
por controlar la cadena de valor. Los 'innovadores tradicionales'
(farmacéuticas, compañías hospitalarias y de tecnología médica),
los 'jugadores implicados' (seguros de salud, gestores de farmacia,
sistemas de salud como NHS) y los nuevos que irrumpen en tecnología
(Google, Amazon, Apple, emprendedores varios). Estos últimos lo que
pueden vender es el ahorro económico mediante un control más
eficiente y racional de los gastos. Además los datos recogidos
mediante sensores, redes sociales y secuenciación genética pueden
dar un mejor insight de la eficacia de los tratamientos. Y aquí
pierden las empresas tradicionales frente a las innovadoras. Porque
más datos darán lugar a nuevos servicios que impliquen no tomar
fármacos de ninguna de las maneras. Y es que muchas aplicaciones se
centran en el autocuidado personal mediante el registro de lo que
hacemos, la monitorización dinámica de ello, los consejos y
recomendaciones de lo que hacer para no enfermar y las
gratificaciones por hacerlo. Un pack completo que termina por
convertir en obsesivo de la salud al que aún ni ha enfermado.
A
nuestro entender podemos afirmar que una vez reducido todo el
pensamiento clínico y la semiología médica a una cuestión
fundamentalmente analítica, sólo queda protocolizarlo y
maquinizarlo para extenderlo masivamente y sacar una buena tajada de
ello. Nada muy novedoso en el mundo capitalista que habitamos. Sin
embargo, desde esta perspectiva algo se pierde por el camino. Y ese
algo sólo puede entonces concebirse como información sobrante y no
relevante, puesto que ha escapado al proceso analítico. Y así,
cuando la cosa no marche, será por errores de causa desconocida, y
nunca más conocida puesto que esa información 'irrelevante' ya
estará perdida para siempre, no registrada. Un ejemplo análogo
podemos verlo cuando se habla de resistencias en los trastornos
psiquiátricos. Cuando el paciente 'no responde' a un tratamiento es
porque su cerebro no responde, no porque puede haber otras
posibilidades interpretativas del mismo conjunto de fenómenos y, por
ende, otras formas de aproximarse terapeuticamente a lo mismo. ¿Cómo
va a hacerse esto, si sólo se entiende el problema desde unos
presupuestos biológicos? O como cuando el psicoanálisis más obtuso
interpreta como resistencia cualquier posición del sujeto tratado
que no se adecua a su encuadre teórico y práctico.
En
definitiva, la protocolización y la maquinización masiva de la
medicina va a traer nuevos problemas que no se quieren tener en
cuenta simplemente porque vivimos bajo la dictadura de la mercancía.
Y cuestionarlo supone retraso en su aplicación y retraso en los
beneficios. Así es que se impondrán las nuevas formas y luego ya
veremos con qué baratija nueva lo arreglamos. Y mientras tanto, la
deshumanización, el extrañamiento y el vacío del ser humano.
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