El gobierno catalán ha visto el filón de las empresas
biotecnológicas, de tecnología médica y farmacéuticas y quiere sacar a
Catalunya de la crisis convirtiéndola en un nodo central de la red biomédica
mundial. En los últimos años el sector biomédico en Catalunya ha crecido
exponencialmente y ahora se trata de rentabilizar aún más las inversiones. Para
eso fue Artur Mas a Massachussets el año pasado a visitar el Bio Boston
International Convention con los consellers de economía y de sanidad. Para ello
se reúne por primera vez en 2011 el Consejo Asesor de Investigación e
Innovación en Salud con carteras de salud y economía. Para ello existen una
serie de organismos dedicados a la promoción del sector. Desde el Biocat, creado en el 2006 y compuesto por
miembros del gobierno de áreas de empresa, economía y salud, por miembros del
ámbito universitario, del Ayuntamiento de Barcelona y por representantes de
empresas del ámbito de la salud y la investigación biotecnológica (Esteve, Sanofi-Advantis, Almirall,
Oryzon Genomics, Novartis, Semillas Fitó, Amgen, Advancell), pasando por el
apoyo en competitividad de Acció y su marca tecnológica TECNIO,
que aglutina a los principales agentes expertos en
investigación aplicada y transferencia tecnológica de la industria catalana,
hasta la Fundació Centre Tic i
Salut creada por el Departament de Salut en 2006 y con un extenso consejo
de empresas asesoras . Intereses de grandes bancos (como el Banco Santander que
en el 2000 constituye la Red Emprendia
como ‘incubadora’ de empresas que vincule empresa y universidad extendiendo sus
tentáculos sobre el mercado iberoamericano y portugués y que ha desarrollado
los proyectos Universia e Innoversia), de grandes
constructoras (no en vano se han construido una buena cantidad de parques
científicos y tecnológicos que hacen de ‘bioincubadoras’ de empresas),
farmacéuticas (reciben el conocimiento mucho más rápido para desarrollar
productos vendibles), asesorías y consultorías (que hacen su negocio de la
gestión de patentes y demás asesorías burocráticas), se unen por un mismo
objetivo. El objetivo de convertir las ideas salidas de la universidad en
mercancías rápida y masivamente consumidas por la población. Esa entrada de
capital privado en el mundo del conocimiento en salud tiene un coste social que
el gobierno se esfuerza en ocultar continuamente. Si bien se puede reconocer
una mejoría de los tratamientos de algunas enfermedades (algunos tipos de cáncer,
enfermedades neurodegenerativas, tratamientos del SIDA), también hay que pensar
en lo que significa la privatización del mantenimiento del estado de salud, la
cesión al mercado de la conceptualización de lo que es salud y lo que es
enfermedad, la desigualdad en el acceso a los tratamientos, la dependencia
tecnológica y sus repercusiones, entre otras cuestiones. No vamos a descubrir
ahora la pólvora. Es patente que en los últimos años los límites de lo que es
considerado un estado susceptible de tratamiento se han difuminado
extraordinariamente con la prevención de riesgos, la medicina predictiva, la
flexibilización de criterios diagnósticos, la creación de nuevas entidades
diagnósticas, etc. Y todo ello haciendo una gigantesca abstracción del medio en
el que vivimos. Se crean nuevas necesidades insertando los fines mercantiles en
la propaganda de medios de masa, la opinión pública generada por distintos
medios, las relaciones sociales promovidas por el poder económico.
Como se puede extraer de los diversos informes Biocat o del
‘Pla Estratègic de Recerca i Innovació en Salut 2012-2015’, el papel de los
organismos gubernamentales (sean locales, autonómicos, nacionales o
internacionales) es el de proveer de fondos para el cumplimiento de ese
proyecto, así como facilitar con medidas de diversa índole (aprobar leyes que
faciliten los procesos y eliminen trabas para que se pueda llevar a cabo sin
problemas y sin dilación, montar congresos y conferencias para que se conozcan
los distintos operadores del sector, contactar con intereses privados para
aportar capital que luego tendrán que recuperar con creces, orientar todos los
procesos hacia la obtención de resultados comercializables, aumentar la
difusión de los procesos y resultados mediante medios de masas, medios
institucionales o figuras de prestigio público, entre otros). Desde la política
institucional no se cuestiona ese modelo de desarrollo. De derecha a izquierda
del arco parlamentario nadie cuestiona que así sea. Unos pondrán más el acento
en cuánto tiene que intervenir el Estado, otros lo pondrán en quién debe ser el
que lidere el proyecto, pero ninguno cuestionará el para qué y a costa de qué.
Cuando la economía, y la vida biológica como mercancía, están muy por encima de
la vida como existencia realmente vivida en el seno de una comunidad, es muy
difícil reflexionar y cuestionar las decisiones que se están tomando. Importa
más desarrollar productos que mejoren las arrugas de la piel, o que disminuyan
el azúcar en la sangre o que sean capaces de cartografiar el cuerpo humano para
poder diagnosticar más y mejor, que sigan (re)produciendo necesidades y que
generen puestos de trabajo que permitan seguir consumiendo, que plantear para
qué consumir tanto, para qué trabajar tanto, a quién beneficia todo esto,
cuánto más felices somos o cuestiones existenciales que quedan sepultadas por
la velocidad con la que nos obligan a vivir y la multitud de exigencias que nos
llegan de nuestro entorno.
Así, los organismos de gobierno se convierten básicamente en
generadores de posibilidades de puestos de trabajo sin importar mucho más y en
reguladores de las exigencias de consumo mínimo (hablo de impuestos, permisos
necesarios para cualquier actividad, etc). Se aumenta la posibilidad de seguir
produciendo puestos laborales a costa de colonizar los procesos biológicos
naturales del ser humano y conseguir hacer de la naturaleza un proceso mediado
en muchos ámbitos. Dormir, digerir, sanarse, follar, relacionarse, se
convierten en procesos mediados por todo tipo de productos (hipnóticos,
ansiolíticos, hierbas, homeopatía, Viagra, maquillajes, cirugía plástica, etc).
En general, no se atiende o se ocultan, la multitud de factores que influyen en
los desarreglos biológicos (trabajo, economía, educación, transporte, vivienda,
espacio público, exigencias sociales implícitas creadas, etc). Y si se hace así
es para ocultar las contradicciones que genera el mismo proceso de desarrollo
capitalista. La industrialización, la extensión del trabajo asalariado, la
aglomeración poblacional en las metrópolis, la individualización y el
aislamiento, son hitos de este proceso que conllevan desarreglos en distintos
niveles de buena parte de los sujetos que los padecemos. Esos desarreglos son
los que, aprovechados comercialmente, sirven para seguir alimentando el mismo
desarrollo, para seguir el proceso de némesis como bautizaba I. Illich.
Pero si todo este desarrollo es posible es por algo. En este tiempo que nos toca vivir la libertad se ve reducida a la función autoaseguradora. Y es en esa búsqueda de la conservación de la seguridad donde se generan esas nuevas inversiones (salud, educación, seguros…). Algunos hablan de dinámicas inmunitarias, en el sentido de incluir lo excluido, por ejemplo, incluir la muerte, la enfermedad o la precariedad existencial en el ámbito de los mercados a través de las aseguradoras, del negocio farmacéutico, de las tecnologías de comunicación social… Y es que se puede entender el neoliberalismo como tecnología de gobierno que precisa de las subjetividades como soporte principal en tanto aprovecha sus relaciones consigo mismo y con los otros, sus deseos, sus cuerpos. Una tecnología que funciona al ritmo de la vida y que así parece identificar el estado de sujeción con la propia vida, naturalizando y ahistorizando el propio proceso de neoliberalización y construyendo la imposibilidad de la modificación de éste.
Para que ese esa forma de dominación sea posible el papel que ejerce el poder político ha ido mutando. De un poder visible se pasa a uno disimulado. Se encargan de disponer las condiciones necesarias para desarrollar el modelo. Más que control por ordeno y mando (que también mantiene en según que momentos, en según que lugares o con según que sector social) se trata de libertad promovida interesadamente en pro del desarrollo de los mercados dedicados, en este caso, a sectores de la vida (salud, relaciones, cuerpo, identidad). El continuo desarrollo de aplicaciones médicas para móviles (y pasan ya de 40000) es un ejemplo claro. La mediación con la vida se convierte en exigencia social. Para ello la destrucción de la comunidad es una condición esencial, cosa que se ha conseguido en buena medida en el siglo pasado en el ámbito de las relaciones laborales, de las condiciones familiares, del arraigo geográfico, con la promoción interesada del multiculturalismo. Así, una vez dispuesto el campo de esta forma, y una vez entrado el capital privado en la universidad, el desarrollo de ideas y productos en las líneas marcadas por el Estado/Capital se hace cada vez más fácil, menos cuestionado, menos reversible. Ese proceso se ve fortalecido por el papel de la propaganda de los medios de masas. Un alubión de noticias sobre los últimos avances de la ciencia, de la robótica, de la biotecnología copan estos últimos años los noticieros. O los programas especiales, como la Marató de TV3, que tiran de las emociones y la lágrima fácil para recaudar dinero para investigación. O los premios creados por empresas, medios de masas y entes público-privados para promocionar subjetividades adecuadas al modelo en curso.
En lo concreto, se van desarrollando de forma imparable aplicaciones para hacer de la libertad, autosujeción, autocontrol. Control de parámetros clínicos (glicemia, FC, etc), planificación, divulgación y registros de dietas y ejercicio físico, guías y protocolos varios (fiebre en el niño, madres primerizas... siempre tirando de la inseguridad creada por los medios de propaganda), seguimiento online del tratamiento de los pacientes... Algunas ‘sólo’ buscan extender la propaganda científica vendida como conocimiento, algo necesario para la confianza y el consumo de productos médicos. Los productos ofertados ofrecen la seguridad que previamente se ha segado por medio de los medios de comunicación de masas, de las nuevas relaciones laborales, de la escuela, de la ruptura de las formas tradicionales de comunidad (familia, barrio; ahora esponsorizadas por instituciones, oenegés, enfermedades o marcas comerciales). En el campo de la psicología, su extensión se está llevando a cabo con el registro y control de la conducta. El registro de conductas por medio de sensores para luego explicar qué conductas se deben hacer para mejorar (sin importar demasiado el sujeto) y controlar que se llevan a cabo es un ejemplo. Como muestra baste mencionar un proyecto financiado por la Unión Europea para desarrollar sistemas de detección temprana de la depresión en desempleados a través de un programa informático, en el que participan LabPsiTec y el laboratorio Ultrasis en Reino Unido. En una primera fase del proyecto comprendida entre 2010 y 2011, se aplicaron en voluntarios toda una serie de sensores para calibrar su estado de ánimo; desde medidas de encefalografía, electrocardiogramas o indicadores del estado de ánimo como los niveles de cortisol. El proyecto se promociona con la excusa de que la salud mental es el hermano pobre de la medicina y no se destinan los recursos necesarios para mejorar la asistencia. Y, claro, no hacen ninguna mención de las diferencias epistemológicas que hay entre el tratamiento de una alteración infecciosa o fisiológica de un órgano cualquiera y el tratamiento de un trastorno mental. He aquí otra de las consecuencias de la implementación masiva y acrítica de la tecnología; la reducción de todo a parámetros medibles y cuantificables pasando por encima de la subjetividad, cosa que en psicología, aunque también en el resto de especialidades médicas, es fundamental. Cualquiera se puede dar cuenta de los límites que tiene esta visión reduccionista del sujeto, pese a que la extensión de esa conceptualización de la mente, la acción y la vida nos sitúa en un marco que aspira a cumplirse como profecía.
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