Hace poco recibía varios artículos sobre sociología de la
salud. Entre ellos, uno de Juan Irigoyen, del Departamento de Sociología de la
Universidad de Granada, que se puede encontrar AQUÍ.
En él se contextualiza el proceso de cambio de la evaluación médica en los
últimos 30 años.
Se explica el proceso de asunción de la lógica productiva
por parte del Estado desde los años 80. En este proceso se van modificando las
significaciones convencionales entorno a la dicotomía salud/enfermedad para
adaptarse a una salud como mercado de consumo. Se produce un proceso de
clientelización, homologándose la demanda sanitaria a los estándares de los
sistemas de servicios personales. Bajo estas premisas los profesionales
sanitarios se convierten en un obstáculo y se deben reconfigurar al nuevo
patrón de consumo de servicios. Seguramente es una de las causas por las que
los gestores prefieran quitarse de encima al personal más experimentado y
sustituirlos por profesionales recién salidos de la formación. Éstos ya vienen
‘configurados de fábrica’ para adaptarse bien a la Máquina.
En este proceso se da una confrontación de valores entre los
que representan los trabajadores y los que representan los gestores con los
nuevos procesos organizacionales, las nuevas formas evaluativas, las nuevas
relaciones laborales. Los gerentes, y las reformas neoliberales que aplican, se
apoyan en la misma apelación de siempre a las exigencias del entorno. El ajuste
a los mercados, el desarrollo tecnológico al que hay que sumarse, forman parte
de las justificaciones para su aplicación. Para imponer estas reformas la evaluación se erige como una
herramienta ajustada a sus necesidades. Se trata de una herramienta
tecnológica, más o menos sofisticada, que permite registrar, almacenar y
analizar grandes cantidades de datos. El desarrollo y generalización del uso de
las tecnologías en los últimos años ha facilitado la extensión de estos métodos
que revelarán su faceta más coercitiva. Además de ser una tecnología
individualizadora permite un tipo de control transversal. Permite deslocalizar
las consultas y transferir su control a los sistemas informáticos. El control
de las evaluaciones genera dispositivos de mediación, dando lugar a una red de
agencias que constituyen las bases del poder gerencial. Pensemos en todos esos
que evalúan nuestras prácticas, que pasan encuestas a trabajadores y usuarios,
que hacen informes para ‘mejorar’ la gestión de las consultas, y que no hacen
una sola visita con un usuario, ni ganas, porque su misión en el sistema es
decidir en base a datos sin ‘mancharse’ las manos y justificando sus acciones
en pro de la mejora del sistema sin tener mucha idea de lo que se hace en la
práctica y de los problemas reales que se generan. Estos van conformando la
burocracia que supuestamente el neoliberalismo tenía que eliminar. Lo que han
hecho es sustituir la burocracia estatal por otra gerencial, sino
superponerlas, como ocurre en buena parte de los casos.
La legitimación de ese sistema viene muchas veces de las
empresas consultoras externas, que en los últimos años y a cuenta de la crisis
económica vienen siendo cuestionadas en Catalunya puesto que tienen relación
con cargos directivos en el sistema público de salud (véase la consultaría
relacionada con Boi Ruiz, Know-How-Advicers
SL, o Pricewatercoopers).
Los sistemas tecnológicos de información son la base sobre
la que se sustenta la nueva gestión neoliberal de la salud. A través de ellos
se controla, y cada vez más puesto que son cada vez más cosas las que hemos de
dejar registradas (el objetivo es que sea todo), lo que cada uno hace en los
centros de salud. Se consigue disciplinar subjetividades, puesto que se está
expuesto a la comparación con estándares requeridos y los datos los manejan
unos pocos que los explican de forma individual. Permite diferenciar unos
profesionales de otros de forma individualizada, y recompensar/castigar, es
decir disciplinar, de esa misma forma. El número de visitas, el lugar del que
vienen derivadas, el tiempo que se tarda en verlos, el tiempo de la visita, el
tipo de la visita, lo que se hace dentro de la visita (historia clínica
informatizada, medicación electrónica, diagnósticos para estadísticas, etc), el
destino del usuario dentro del sistema después de la visita, el dinero gastado
estimado con cada acción… Cuantos más datos evaluados y registrados, en pro de
la eficiencia y de la homogeneización de la asistencia, mayor es la presión que
le impondrán al profesional el siguiente año. Cuando se cumplen todos los
objetivos marcados por la burocracia de la que hablaba, además de los que la política
impone a veces con motivaciones menos sanitarias, se imponen más objetivos el
siguiente año y aún más complicados de obtener. Todo en pro de una calidad
operacionalizada mediante indicadores generados tras la extracción e
interpretación de los datos registrados anteriormente por los sistemas
informáticos. Eso sí, hay que tener en cuenta que a veces se falsifican los
datos, cosa frecuente en un sistema que lo promueve de forma implícita. Hecha
la ley, hecha la trampa.
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