Han-Fei-tse, Le tao du Prince.
Ahora que llega la época de las vacunas contra la gripe
podemos observar la campaña institucional que se hace para vacunarse.
Este programa se está focalizando en los últimos años en el
papel del personal sanitario en contacto con el usuario. Se toma al trabajador
como nodo fundamental de la red de transmisión vírica. Con objeto de incidir en
éstos se han puesto en marcha diferentes estrategias, básicamente orientadas a
la propaganda científica, apelando a la responsabilidad ético-laboral o al
incentivo económico del encargado de vacunar. Sin embargo, poco éxito han
tenido en su empeño. Quizás por la propia desconfianza que genera el tema de
las vacunas como prevención (mayor con la campaña que hubo a cuenta de la gripe
hace dos años que motivó compras por miles de millones que luego quedaron en
stock), o porque cuando se pone en la balanza la decisión se considera que pesa
más el hecho de padecer una enfermedad no tan grave (al menos sin factores de
riesgo importantes de por medio) que vacunarse o porque se conoce de primera
mano el funcionamiento de los mecanismos para extender su uso por parte de las
empresas dispensadoras de vacunas, las empresas farmacéuticas. El caso es que
en vistas de que los trabajadores no han aceptado por las buenas se plantean ya
las medidas coercitivas. Esa es la regla de la democracia. Si no puedes por la
propaganda, hazlo por la fuerza que otorga la autoridad. Así pues se están
planteando algunas medidas que pasan por obligar a vacunarse para ejercer, por
coaccionar al trabajador difundiendo de forma pública (y con intención de hacer
saber a los usuarios de cada médico/enfermero) quién se vacuna y quién no o por
hacer depender parte del sueldo por objetivos al cumplimiento de ese objetivo.
Ese empeño concreto con el personal sanitario procede de la
voluntad política de usar la imagen social del sanitario para que el usuario se
identifique a la hora de tomar la decisión de vacunarse o no. Y en ese juego es
la propia relación entre usuario-trabajador donde se traba una parte importante
de la decisión. Controlando al trabajador (y por supuesto, su imagen) se
contribuye a controlar la población. No nos demos a la paranoia, quiere decir
un control en la orientación de las decisiones socialmente relevantes para el
mantenimiento del orden buscado por el Estado. Lo mismo ocurre con la cuestión
del fumar o del beber alcohol o del ser promiscuo en el plano sexual o
cualquier otra conducta socialmente reprobable (al menos desde la moral de
buena parte de proyectos políticos de partido) para el mantenimiento de los
valores que promueve el poder político y económico.
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